Domina tus emociones
Publicado: 01 Jul 2013 20:30
Cómo transformar las emociones
Lo primero que se puede hacer con las emociones es ir reconociéndolas una a una a medida que aparezcan. Para hacerlo hay que estar en el momento presente. Si sientes miedo, por ejemplo, lo que haces es observarlo con plena atención, y mirar tu temor y reconocerlo como temor. Ya sabes que el miedo surge de ti y lo mismo pasa con la conciencia del momento presente. El miedo y la atención al momento coexisten en ti, sin oponerse, apoyándose mutuamente.
El segundo paso es identificarte con la emoción. En lugar de decirle al miedo «ojalá desaparecieras, temor. No me gustas. No eres algo mío», es mucho mejor decirle «hola temor, ¿cómo estás?». Luego puedes invitar a esos dos aspectos de tu ser -la atención al momento y el temor- a manifestarse, a darse la mano y a transformarse en una sola cosa. Tal vez hacer eso te asuste, pero como sabes que eres más que el miedo, no tienes por qué asustarte. La plena conciencia del momento presente puede acompañar al miedo. Esta práctica consiste en cultivar la presencia en el momento actual por medio de la respiración consciente para que subsista y se siga manifestando con fuerza. Aunque la presencia en el momento puede ser débil al comienzo, cuando uno la alimenta se fortalece. Basta con estar presentes en el momento actual para que el miedo no nos ahogue.
De hecho, lo empiezas a transformar apenas comienzas a prestarle atención a la conciencia que está en ti mismo.
El tercer paso consiste en calmar la emoción. Con la ayuda de la atención al momento actual, empezamos a serenarnos. «Al inhalar, sereno el cuerpo y la mente». Basta con estar atento para que la emoción se aplaque, como si una madre acunara con ternura a su hijo cuando se echa a llorar. Al sentir la ternura de la madre, el niño se calma y deja de llorar. La madre es la plena presencia, que viene del fondo de tu conciencia y calma el dolor. El niño y la madre que lo acuna son un solo ser.
Si la madre está distraída, pensando en otras cosas, el niño va a seguir llorando. Por eso, la madre tiene que olvidarse de todo y acunarlo, nada más. No niegues la emoción. No le digas «no eres importante, no eres más que una emoción»
Identifícate con ella. Si quieres, puedes decir «al exhalar, aplaco el miedo».
El cuarto paso consiste en dejar de aferrarse a la emoción, en soltarla. Estar tranquilo te hace sentir cómodo, aunque tengas miedo, y sabes que el miedo no va a convertirse en un monstruo capaz de aplastarte. Cuando le das cuenta de que eres capaz de manejarlo, el miedo se reduce hasta casi desaparecer y se va atenuando cada vez más, haciéndose cada vez menos desagradable. Ya puedes sonreír y soltarlo, pero por favor no te quedes en eso. El calmarse y soltar no son más que remedios que alivian los síntomas. Ahora tienes la oportunidad de adentrarte más a fondo en lo que le pasa y de transformar la fuente misma de tu temor.
El quinto paso consiste en observar atentamente lo que pasa. Miras profundamente al interior del niño -la sensación de temor- para descubrir qué le pasa, aunque ya haya dejado de llorar, aunque ya no sientas miedo. No puedes pasarte todo el tiempo acunándolo, por eso, tienes que averiguar qué le pasa. Al observar, descubrirás lo que te puede ayudar a transformar la emoción. Por ejemplo, puedes darte cuenta de que su molestia tiene muchas causas, tanto dentro como fuera de su cuerpo. Si lo que le molesta es una situación externa, basta con que cambies esa situación demostrándole ternura para que se sienta mejor. Con solo mirar profundamente al niño, sabes por qué está llorando y una vez que descubres la causa del llanto también descubres qué puedes hacer para cambiar la situación y transformar la emoción.
Con la psicoterapia pasa algo muy parecido. Junto con el paciente, el terapeuta se adentra en la causa del dolor. En muchos casos, descubre que la causa está en las percepciones del paciente, en las creencias sobre sí mismo, su cultura y mundo. El terapeuta analiza esos conceptos y esas ideas con el paciente, y juntos lo liberan de esa especie de prisión en la que está encerrado. Pero el esfuerzo del paciente es fundamental. Así como el profesor tiene que despertar al maestro que hay dentro del alumno, el terapeuta tiene que despertar al terapeuta que hay adentro del paciente.
Cuando consigue hacerlo, el "terapeuta interno" del paciente empieza a trabajar con gran habilidad día y noche.
El terapeuta no se limita a ofrecerle al paciente otro conjunto de creencias, sino que le ayuda a descubrir las ideas y las creencias que lo hacen sufrir. Muchos pacientes quieren deshacerse de todo lo que les provoca dolor, pero no están dispuestos a dejar de lado las creencias y las percepciones que son la raíz de sus emociones. Por eso, el terapeuta y el paciente tienen que trabajar juntos para ayudarle al paciente a ver las cosas tal cual son. Lo mismo pasa cuando recurrimos a la atención al momento para transformar nuestras emociones. Después de reconocer una emoción, de identificarnos con ella, de calmarla y soltarla, podemos echar una mirada profunda a sus causas, que por lo general se basan en percepciones erróneas. Basta con comprender la causa y la naturaleza de las emociones, para que empiecen a transformarse.
Thich Nhat Hanh
Lo primero que se puede hacer con las emociones es ir reconociéndolas una a una a medida que aparezcan. Para hacerlo hay que estar en el momento presente. Si sientes miedo, por ejemplo, lo que haces es observarlo con plena atención, y mirar tu temor y reconocerlo como temor. Ya sabes que el miedo surge de ti y lo mismo pasa con la conciencia del momento presente. El miedo y la atención al momento coexisten en ti, sin oponerse, apoyándose mutuamente.
El segundo paso es identificarte con la emoción. En lugar de decirle al miedo «ojalá desaparecieras, temor. No me gustas. No eres algo mío», es mucho mejor decirle «hola temor, ¿cómo estás?». Luego puedes invitar a esos dos aspectos de tu ser -la atención al momento y el temor- a manifestarse, a darse la mano y a transformarse en una sola cosa. Tal vez hacer eso te asuste, pero como sabes que eres más que el miedo, no tienes por qué asustarte. La plena conciencia del momento presente puede acompañar al miedo. Esta práctica consiste en cultivar la presencia en el momento actual por medio de la respiración consciente para que subsista y se siga manifestando con fuerza. Aunque la presencia en el momento puede ser débil al comienzo, cuando uno la alimenta se fortalece. Basta con estar presentes en el momento actual para que el miedo no nos ahogue.
De hecho, lo empiezas a transformar apenas comienzas a prestarle atención a la conciencia que está en ti mismo.
El tercer paso consiste en calmar la emoción. Con la ayuda de la atención al momento actual, empezamos a serenarnos. «Al inhalar, sereno el cuerpo y la mente». Basta con estar atento para que la emoción se aplaque, como si una madre acunara con ternura a su hijo cuando se echa a llorar. Al sentir la ternura de la madre, el niño se calma y deja de llorar. La madre es la plena presencia, que viene del fondo de tu conciencia y calma el dolor. El niño y la madre que lo acuna son un solo ser.
Si la madre está distraída, pensando en otras cosas, el niño va a seguir llorando. Por eso, la madre tiene que olvidarse de todo y acunarlo, nada más. No niegues la emoción. No le digas «no eres importante, no eres más que una emoción»
Identifícate con ella. Si quieres, puedes decir «al exhalar, aplaco el miedo».
El cuarto paso consiste en dejar de aferrarse a la emoción, en soltarla. Estar tranquilo te hace sentir cómodo, aunque tengas miedo, y sabes que el miedo no va a convertirse en un monstruo capaz de aplastarte. Cuando le das cuenta de que eres capaz de manejarlo, el miedo se reduce hasta casi desaparecer y se va atenuando cada vez más, haciéndose cada vez menos desagradable. Ya puedes sonreír y soltarlo, pero por favor no te quedes en eso. El calmarse y soltar no son más que remedios que alivian los síntomas. Ahora tienes la oportunidad de adentrarte más a fondo en lo que le pasa y de transformar la fuente misma de tu temor.
El quinto paso consiste en observar atentamente lo que pasa. Miras profundamente al interior del niño -la sensación de temor- para descubrir qué le pasa, aunque ya haya dejado de llorar, aunque ya no sientas miedo. No puedes pasarte todo el tiempo acunándolo, por eso, tienes que averiguar qué le pasa. Al observar, descubrirás lo que te puede ayudar a transformar la emoción. Por ejemplo, puedes darte cuenta de que su molestia tiene muchas causas, tanto dentro como fuera de su cuerpo. Si lo que le molesta es una situación externa, basta con que cambies esa situación demostrándole ternura para que se sienta mejor. Con solo mirar profundamente al niño, sabes por qué está llorando y una vez que descubres la causa del llanto también descubres qué puedes hacer para cambiar la situación y transformar la emoción.
Con la psicoterapia pasa algo muy parecido. Junto con el paciente, el terapeuta se adentra en la causa del dolor. En muchos casos, descubre que la causa está en las percepciones del paciente, en las creencias sobre sí mismo, su cultura y mundo. El terapeuta analiza esos conceptos y esas ideas con el paciente, y juntos lo liberan de esa especie de prisión en la que está encerrado. Pero el esfuerzo del paciente es fundamental. Así como el profesor tiene que despertar al maestro que hay dentro del alumno, el terapeuta tiene que despertar al terapeuta que hay adentro del paciente.
Cuando consigue hacerlo, el "terapeuta interno" del paciente empieza a trabajar con gran habilidad día y noche.
El terapeuta no se limita a ofrecerle al paciente otro conjunto de creencias, sino que le ayuda a descubrir las ideas y las creencias que lo hacen sufrir. Muchos pacientes quieren deshacerse de todo lo que les provoca dolor, pero no están dispuestos a dejar de lado las creencias y las percepciones que son la raíz de sus emociones. Por eso, el terapeuta y el paciente tienen que trabajar juntos para ayudarle al paciente a ver las cosas tal cual son. Lo mismo pasa cuando recurrimos a la atención al momento para transformar nuestras emociones. Después de reconocer una emoción, de identificarnos con ella, de calmarla y soltarla, podemos echar una mirada profunda a sus causas, que por lo general se basan en percepciones erróneas. Basta con comprender la causa y la naturaleza de las emociones, para que empiecen a transformarse.
Thich Nhat Hanh