Que tal X !
cada vez que leo esto del origen de las IA, me queda más claro: tecnología en principio aplicada por los grandes HF al mercado financiero (de hecho invirtieron cientos de miles de millones en su época), y que luego al terminar con la ineficiencia y acabado el alfa, nos la presentan como el descubrimiento del siglo (el nuevo alfa

)
No me extrañaría que DeepSeek lleve la delantera, y sobretodo al leer que nace como una IA justamente para trabajar en el mercado. Y si esto HOY ya no les sirve más, vaya a saber en qué andaran

, pero nada...(luego) nos presentaran el nuevo chollo de aquí a unos años cuando no les funcione más...
mientras tanto aquí nos quedamos analizando curvas y compitiendo contra el "enano"
De: EL LIBRO NEGRO DE GORDON GEKO
El Enano que Jugaba a Ping Pong
Yo solía jugar al Ping Pong con un enano todas las noches.
Sí, era enano… Tanto que cuando lanzaba la bola al otro lado de la mesa, esta caía en el vacío, nada se veía desde mi lado de la mesa.
Era como si estuviese jugando yo solo. Pero no era así: al otro lado de la mesa había un jugador.
Golpeaba la bola y… al momento y por arte de magia era devuelta desde el otro lado de la mesa hacia mí.
Todas las noches me batía al Ping Pong contra el enano. Una tras otra, todas las madrugadas jugaba y jugaba contra él.
Y era realmente bueno… Tanto que no conseguía ganarle ni una sola partida.
Por más que me empeñaba, el enano me ganaba todas las noches.
A veces, parecían partidas interminables. Duraban hasta bien entrada la mañana. Los rayos de sol penetraban por el tragaluz y me anunciaban que una vez más había sido derrotado de nuevo por el enano.
Me marchaba desolado, triste y sin contenido en mi corazón.
Esas partidas me dejaban el estómago encogido y con un extraño sentimiento de soledad y frustración.
Pero volvía, no sé por qué, volvía a la noche siguiente a por una nueva partida contra el enano.
Si es un enano, ¿cómo es posible que me gane?
No puedo dejarme ganar por un enano –pensaba– Tengo que pensar en cambiar mi estilo de juego y ver sus puntos débiles para la siguiente partida. ¡Esta será mi noche! ¡Esta será mi noche! ¡Esta será mi noche!
Y así, una noche más, jugué al Ping Pong contra el enano.
Fue pasando el tiempo y fui aprendiendo a jugar mejor al Ping Pong.
Ahora las partidas estaban tan igualadas que cuando el sol entraba por el tragaluz anunciando un nuevo día, ya solía tener al enano contra las cuerdas.
Pero era “too late”: era hora de marcharse y terminar la partida hasta la noche siguiente.
“Casi” –me decía a mí mismo– “He estado tan cerca esta vez, me ha faltado tan poco…” Pero nada.
Ya no sé qué más hacer para batir al enano y todo lo que sé es todo lo que soy. Es por todo lo que tengo…Es por mí…
Y no, no tengo una pistola para disparar al enano y asesinarlo a sangre fría. Solo puedo acabar con él jugando al Ping Pong. Ese es mi destino, esa será mi gloria o mi destrucción.
Así que seguí, seguí adelante, seguí jugando contra el enano de nuevo, noche tras noche.
Porque cuando atraviesas ciertas líneas ya no puedes volver atrás… Está demasiado lejos la meta de la que partiste… Es más simple seguir hacia delante que volver atrás.
Así que seguí jugando… y seguí perdiendo.
Una mañana, después de haber estado toda la noche jugando contra el enano, me arrodillé y puse mi cabeza sobre la mesa de juego agotado por no haber podido vencerle.
Mi sudor se quedaba impregnado en la mesa y mis ojos se cerraban de agotamiento y dolor.
Yo nací en el desierto, en un lugar donde los postes de teléfono tenían agujeros de bala de los motoristas que pasaban por esas carreteras secundarias disparando a dar en el blanco… disparando por disparar. Pero sí sé de una cosa, y es que donde yo nací… no había enanos.
Y menos aún, ¡enanos que jugaran al Ping Pong! ¡Te lo juro por Dios! Y eso que el predicador de Pricetown me hizo prometer que nunca juraría por Dios.
Pero te juro que nunca antes había conocido a un enano que jugara al Ping Pong como este.
Supongo que te estarás preguntando por qué, supongo que no entenderás porque todas las noches juego contra él…
Te preguntarás porque no me busco a un contrincante de mi estatura y acabo con toda esta locura de una vez por todas.
Está bien, te lo contaré… Te lo voy a contar a ti, solo a ti, que estás leyendo escondido al otro lado del telón, solo a ti que miras desde la oscuridad (un lugar privilegiado, por cierto).
¿Por qué el enano?
Quizás porque he perdido mi corazón. Se lo llevo una niña pequeña y marchó con el corriendo calle abajo.
Por eso juego contra el enano: porque jugar con los de mi estatura ya no tiene gracia.
Yo siempre jugaba al Ping Pong contra ellos y siempre, antes o después, estos se cansaban y dejaban de jugar.
Había una tirada, en el momento menos esperado de la noche, en el que la bola ya no era devuelta por mi contrincante.
Y esta se perdía… Caía en el vacío y desaparecía para siempre… como mi corazón. Tan solo oía el ruido de los rebotes en el suelo que se iban haciendo más y más lejanos… como los latidos de mi corazón.
La bola se perdía, y ya no podía encontrarla… y así noche tras noche.
Pero llegó el enano… y la bola no se perdía todas las veces en las que yo golpeaba la bola. Esta era devuelta antes de que llegase a tocar el suelo.
El enano la salvaba. El enano salvaba mi corazón y me lo devolvía, suave y sin efecto, a mi lado de la mesa.
Desde que empecé a jugar al Ping Pong contra el enano, mi vida cambió.
Me pasaba todo el día pensando en las jugadas de la noche anterior, tenía en mi mente el sonido de todos aquellos golpes que venían e iban de un lado de la mesa al otro.
Todo era irrelevante ya.
Ya me era imposible pensar en otra cosa que no fuera una nueva partida de Ping Pong contra el enano que, de seguro, estaría ahí, esperando una noche más para ganarme.
Pero ¿por qué era tan bueno el enano? ¿Dónde había aprendido a jugar así?
La madrugada del 14 de julio, mientras París cortaba la cabeza de algún nuevo rey, estaba yo jugando al Ping Pong contra el enano como de costumbre.
La partida iba bien… Bueno como de costumbre, yo perdía.
De pronto, la bola cayó lenta y suave en el lado izquierdo a la altura perfecta para mi golpe de efecto mortal.
Mire a la bola antes de golpearla con todas mis fuerzas… La mire, vi como daba vueltas y vueltas dirigiéndose hacia mí. Se dirigía hacia mí, en perfecta sincronía, con el movimiento de mi brazo que se preparaba para el golpe y…
¡¡¡ZAS!!! Golpeé la bola con todas mis fuerzas, casi resbalando del impulso que todo mi cuerpo hizo acompañando el golpe.
La bola volvió al otro lado de la mesa, rodando a una velocidad de vértigo para que al tocar la mesa, ¡volara!
La pelota rebotó en la mesa y salió despedida hacia lo alto, en un efecto que nunca antes había visto hacer ni por mí ni por nadie.
La bola no cayó, sino que más bien voló. Esta vez la bola no había caído por debajo de la mesa de Ping Pong, sino todo lo contrario.
Voló tan alto que paso de lejos del campo de juego en donde estaba el enano y desde donde él golpeaba todas mis bolas.
La bola no volvió…
El enano no había podido alcanzarla. Quizás por deseo, quizás por un efecto de suerte… La cuestión es que era la primera vez que el enano no había devuelto la bola.
Quizás por eso no la devolvió… porque era enano.
Se hizo un silencio entonces. Un silencio que tan solo se rompió por unos pasos. Unos pasos que se alejaban de la mesa de juego.
Era el enano… Se marchaba. Había dejado sobre la mesa de juego la raqueta de Ping Pong y se marchaba.
Ya no voy a necesitarla más –se dijo a si mismo– Ni tú tampoco la tuya– volvió a decirse a sí mismo, mirando hacia su alrededor en un acto de despedida para con aquel lugar.
Y así fue como el enano no volvió nunca más a volver a jugar conmigo al Ping Pong.
Yo tampoco volví a jugar. Desde aquella noche fui lentamente perdiendo las ganas de jugar al Ping Pong, hasta llegar a no querer coger nunca más una pala en mi vida.
Cuando pienso en el enano me digo a mí mismo que quizás él siempre estuvo esperando un golpe con efecto como el de esa noche.
Y yo… Yo entendí que todo en la vida tiene un principio y un final. Toda etapa empieza y termina, antes o después las luces de la mesa de juego se apagan… Y no vuelven a encenderse nunca más…
"Los números son como prisioneros de guerra, cuanto más los sacudes, más información te dan"