El Panorama Macroeconómico XIV

Decía un millonario norteamericano que se debía invertir siempre en empresas que pudieran ser administradas por un imbécil, porque tarde o temprano uno las acabaría dirigiendo. Lo mismo pasa con los países.

Desde 1929, es difícil escuchar tantos comentarios de cosas que van bien, de ministros sonrientes y declaraciones de intenciones para calmar. Tampoco había leído nunca tantas veces en tantos sitios que la burbuja inmobiliaria no existe, y que «aunque haya bajadas, con toda probabilidad no se producirá el estallido de ninguna burbuja».

Analicemos, objetivamente y con los pies en la tierra la situación, llamando a las cosas por su nombre. En primer lugar, Estados Unidos. Este país se encuentra al borde de la deflación, con una burbuja inmobiliaria de magnitud comparable a la financiera (que según sus máximos responsables económicos de entonces, no existía, al igual que la de ahora) y signos de haber llegado al límite, basado en cifras como por ejemplo el derrumbe, no previsto, de créditos al consumo, conocido recientemente, o las cifras de confianza de los consumidores, auténticamente malas y empeorando con tozuda insistencia.

La economía estadounidense tiene unos desequilibrios que son insostenibles a corto plazo. Para que nuestros lectores lo entiendan, cada día EE. UU. compra mercancías; y entre lo que compra y lo que vende, hay 200.000 millones de ptas. de diferencia (cada día!). Es decir, EE. UU. está comprando con papeles verdes basados en la confianza de los compradores de papelitos verdes, 200.000 millones de ptas diarios de mercancías. Esto podría ser perfectamente sostenible si EE. UU. creciera de forma sana, ya que entonces su capacidad de endeudamiento crecería también, basada en expectativas de futuro.

El problema está en que no se crece, las empresas tienen tal sobrecapacidad instalada que no invierten en bienes de equipo, los consumidores han tirado a duras penas hasta ahora, momento en que los créditos al consumo se han desinflado, invirtiendo en automóviles comprados a crédito sin intereses (léase deflación) y por medio de bienes inmobiliarios. Traducido, todo esto significa que a corto plazo el dólar bajará su cotización. La mitad de las partidas del IPC EE. UU. están en negativo. Es decir, la mitad de los precios están bajando. Los problemas de la deflación son temibles, como saben los japoneses y pronto podríamos averiguar nosotros.

El conjunto de factores es muy poco halagüeño, a decir verdad, y lo más probable es que EE. UU. caiga en deflación en breve. A diferencia de otros analistas, no tengo la menor confianza en el sistema bancario estadounidense. Probablemente no es tan malo como el japonés, pero todo será ponerlo a prueba. Creo que el escenario más plausible es el de un doble dip, en el que nos vamos a meter suponiendo que no estemos ya metidos.

No se deje el lector engañar por los cantos de sirena del rebote bursátil acaecido últimamente que, según dicen, está basado en la mejora respecto a lo previsto de los resultados empresariales, visión que no comparto. Las operaciones que se produjeron indicaban una acción concertada por parte de unos pocos agentes, lo que da bastante más plausibilidad a un rebote impuesto por un grupo de especuladores, quizá para ganar dinero, quizá para animar algo antes de las reñidas elecciones EE. UU. que se avecinan. La bolsa funciona a través de expectativas de beneficios o pérdidas. Las cuentas de resultados que están saliendo son muy malas, aunque sean un par de centavos mejor que el acuerdo de los analistas. La mayoría de esas cifras supone que el S&P 500 se encuentra sobrevalorado, según mis cuentas, un 40%. Un mes antes o después, las cosas volverán a la senda bajista, cuando los intereses que motivaron el ataque especulativo se retiren. El actual rebote carece de elementos fundamentales que lo sostengan.

La situación en Japón es igualmente preocupante. Como ya he dicho, a pesar de las tranquilizadoras declaraciones de los mandatarios, que por otro lado, cobran precisamente para eso, un buen número de los bancos de Japón se encuentra técnicamente en quiebra, y con muchos bonos norteamericanos en cartera. Una situación muy mala con la perspectiva de una crisis del consumo en lontananza. Todo dependerá de EE. UU.

En cuanto a Europa, nuestro comisario de Asuntos Económicos, Pedro Solbes, insiste en defender el déficit cero, en entornos como el actual, con Alemania metida en una crisis severa de siniestros tintes industriales y con la confianza de los consumidores en los niveles más bajos desde hace 15 años y en descenso. En esa coyuntura, proponer el déficit cero como objetivo primordial de la economía no parece lo más apropiado. Por sentido común, el sistema público debe compensar las deficiencias de la iniciativa privad cuando esta no pueda asumir las inversiones necesarias para mantener el pulso de la economía. Proponer políticas de ese tinte supone, simplemente, que se está defendiendo intereses ajenos a los de los ciudadanos de la Unión Europea.

Por lo demás, que no se engañen nuestros lectores: Inversión industrial bajo mínimos, desequilibrios fundamentales (balanza EE. UU., bancos Japón, burbuja inmobiliaria en EE. UU. y Europa), crisis del consumo servida y amenazas de deflación, con la artillería monetaria acabada en EE. UU. (no puede bajar los tipos más que una vez más, o se metería en los márgenes de intermediación), resultados de las empresas nefastos y expectativas empresariales de repliegue a gran escala.

 

 

Ignacio R.C.

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