El Panorama Macroeconómico VI-X

EL PANORAMA MACROECONOMICO (VI)

Estos días parecen derivarse varios datos contradictorios que vamos a analizar. Por un lado, la economía americana ha arrojado lo que se ha interpreta como un excelente dato de crecimiento del PIB, del 2%, por encima de lo esperado. Por otro lado, los «profit warnings» se suceden, los despidos arrecian y, lo que estimamos más importante, el endeudamiento de las familias ha crecido aún más y al mismo tiempo las ventas de coches en EEUU han bajado la elevada cifra de un 15%.

En circunstancias normales, el dato del PIB serviría para frenar en seco cualquier especulación sobre una recesión, y deberíamos observar el fin de las declaraciones políticas al respecto, pero sin embargo no es así: George W. Bush se considera «gravemente preocupado» por la evolución de la economía, y en el BCE Wim Duisemberg está soportando fuertes presiones para bajar los tipos.

Por razones estructurales, la economía debería entrar en una fase contractiva de la demanda y en un reajuste de la capacidad de producción, como ha ocurrido siempre que se ha desinflado una burbuja especulativa al menos desde hace dos siglos. El derrumbamiento del NASDAQ, y en menor medida de valores industriales ha costado unos cuatro millones de pesetas en pérdidas a cada ciudadano estadounidense, aproximadamente.

Las bases del crecimiento del 2% del PIB no han estado en un incremento de bienes de equipo ni en inversiones industriales, sino en las familias, que han seguido endeudándose para consumir. Lo malo de un desarrollo de este tipo es que tiene un límite temporal de duración. El dato de las ventas de coches es significativo al respecto: se trata de un bien duradero y costoso, y por lo tanto precisa una base de solvencia algo más sólida que una simple tarjeta de crédito. Su bajada tiene una interpretación que se nos antoja bastante plausible: La solvencia de las familias y su consumo ha empezado a debilitarse justamente por los bienes más caros, ya que las ventas de automóviles suelen ser un indicador adelantado.

La crisis en Argentina puede ser un buen ejemplo de cómo la doctrina de vincular la moneda de un país emergente al dólar no siempre es buena, independientemente de lo que diga la teoría clásica. Desde el punto de vista financiero y de inversión, las ventajas parecen claras; pero las tensiones internas que se crean, sobre todo en las capas desfavorecidas, y la crisis de la demanda derivada del desclasamiento de los segmentos medios son insostenibles. El FMI está haciendo intentos desesperados por reflotar la desfalleciente economía argentina, ya que podría ser el detonante de un proceso recesivo generalizado en MERCOSUR, con lo que ya serían dos las zonas mundiales en claro retroceso: Japón y Mercosur, ambas con gran peso en las exportaciones de EEUU.

De cualquier forma, la prudencia nos obliga a esperar un poco más, ya que en economía las cosas casi nunca son lo que parecen, y tampoco parecen siempre lo que son. Se nos plantean cuatro posibles escenarios, que ponemos en orden decreciente de probabilidad: Aterrrizaje en U, aterrizaje en V, recuperación inmediata y aterrizaje en L.

El aterrizaje en U puede distinguirse en los próximos meses por los siguientes datos. En primer lugar, las cifras de crecimiento del PIB serían revisadas a la baja, para acabar el año en EEUU en el entorno de un 1%. Los prolegómenos que nos permitirían inducir que está ocurriendo algo así serán, en primer lugar, una bajada paulatina de bienes de consumo de lujo, y posteriormente, un descenso en las tasas de compra de electrodomésticos, transporte por avión y en las de ocupación hotelera, junto a una bajada de los montos invertidos en bienes de equipo. En estas condiciones, el PIB podría seguir subiendo mientras el endeudamiento no llegue a su límite, aunque cada vez con menor fuerza. Financieramente, el oro debería revalorizarse, al igual que la bolsa a corto plazo, al abrigo de futuras esperanzas de bajadas de tipos, y más concretamente el sector farmacéutico podría arrojar pingües beneficios. En menor medida asistiríamos a aumentos en la cotización de la banca y quizás modestos aumentos del ratio dólar/euro. Es el escenario que estimamos de mayor probabilidad.

El aterrizaje en V se podría distinguir por una rápida recuperación del PIB en el próximo trimestre, combinada con unos saneados datos de compras de automóviles, transportes por avión, ocupación hotelera y, sobre todo, por una recuperación de las inversiones en bienes de equipo. Paradójicamente, la bolsa debería bajar a corto plazo, ya que quedarían disipadas las esperanzas de bajadas de tipos ante los peligros de un repunte inflacionario, y las empresas tecnológicas podrían recuperar parte del terreno perdido.

La recuperación inmediata, que apuntamos como tercera posibilidad y que se nos antoja improbable, se distinguiría por observar todos los datos anteriores en verde. No estimamos que sea probable debido a la magnitud del descalabro bursátil en el último año natural y al mal aspecto que presenta la economía mundial, donde últimamente se desatan «Crisis Argentinas» con excesiva frecuencia como para pensar que «todo va bien».

EL PANORAMA MACROECONOMICO (VII)

En respuesta a las peticiones que me han legado por email, intentaré dar una visión económica de porqué se producen las crisis económicas, de qué factores pueden acentuarlas y cuáles por el contrario pueden rebajar su impacto.

Los procesos económicos son cíclicos en sí mismos, y este hecho es conocido desde los tiempos en que el aparato productivo se basaba en la agricultura. La propia estacionalidad de las cosechas, las sequías y las épocas de bonanza, las temporadas pesqueras variables y las guerras que surgían de manera fortuita arrojaban todo tipo de combinaciones productivas que condicionaban el desarrollo económico. La combinación de malas cosechas con guerras y sequías arrojaba a los países al pozo de la carestía de forma periódica.

En tiempos industriales, el peso del sector agrario, las guerras, los desórdenes y las fluctuaciones del mercado del trabajo por las elevadas tasas de natalidad hicieron fluctuar violentamente durante el siglo XIX al sistema. En nuestra economía moderna, postindustrial, además de todos los factores anteriores, se suma el psicológico; como se ve, por ejemplo, con internet. Los vaivenes del sentimiento popular influyen en los gustos, y el cansancio o interés por algo son poderosos vehículos de creación o destrucción de riqueza.

Se esté de acuerdo o no con lo anterior, lo cierto es que la economía es cíclica. Una valiosa regla empírica que se obtiene es que parece existir cierta periodicidad en las crisis económicas. Cada siglo hay unas diez crisis menores, junto a una o dos grandes depresiones. En el siglo XX, durante el periodo de entreguerras 1929-1933 tuvo lugar un violento movimiento contractivo, que incluso hoy no ha terminado de explicarse satisfactoriamente. El sistema económico se basa en producir grandes cantidades de bienes de consumo, que son demandadas por los propios que las manufacturan. Si los que producen tienen elevados salarios, se producen dos efectos contrarios: por un lado, esas personas consumen y ahorran mucho, con lo que los tipos de interés bajan y el consumo interno sube, y además la inflación repunta. Por otro lado, las exportaciones pierden competitividad vía salarios y, al ser menores los rendimientos empresariales de los que se obtienen en otros lugares, se desincentiva la inversión; con lo que se crece menos.

Sin embargo, ante una crisis, es decir, una conjunción cíclica de factores adversos, es claro que una economía donde las rentas estén desigualmente repartidas es mucho más vulnerable que otra más plana, ya que la primera está basada en bienes suntuarios e inversión financiera, que pueden contraerse mucho desde el primer momento en que la prosperidad baje.

El segundo factor a considerar es la política monetaria. Unos tipos de interés bajos favorecen la inversión en bienes de equipo, pero retraen la entrada del capital extranjero por los bajos rendimientos y además repuntan la inflación, disminuyendo la competitividad a largo plazo. Unos tipos altos disminuyen el desarrollo industrial, pero atraen al capital foráneo y controlan la inflación. Dependiendo del país y la situación, es preferible una situación u otra. Sin embargo, en caso de crisis es preferible una política de tipos reducidos a una de altos.

Para un país sin industria ni disponibilidad interna de capital, los tipos serán altos, para atraer financiación exterior, necesaria a cualquier precio. En un país con una mínima infraestructura y recirculación monetaria, los tipos bajos hacen que las rentas se reinviertan creando riqueza. En un país completamente desarrollado, unos tipos bajos permiten a muchas empresas entrar en el mercado, pero si éste ya está cubierto, lo harán a costa de otras que tendrán que abandonarlo, con lo que el aporte es esencialmente nulo (si no consideramos criterios de eficiencia económica), creando tensiones inflacionarias adicionales y atrayendo capital extranjero, con lo que se revaloriza la moneda dificultando las exportaciones. En conjunto, puede decirse que para una economía completamente desarrollada es interesante mantener unos tipos medios, que faciliten la renovación de bienes de equipo pero minimicen los efectos adversos de una política de bajos tipos.

La política fiscal ocupa otro lugar de privilegio, pero casi de manera subsidiaria respecto a la Política Económica. Unos impuestos directos mayores frenan el consumo y aumentan de manera relativa la inversión en bienes suntuarios. Unos impuestos sobre la renta progresivos igualan socialmente el país, pero desincentivan de alguna manera la inversión y desaniman los gastos en bienes de lujo. Nuevamente, la moderación es fundamental, ya que en este capítulo no sólo deben considerarse aspectos económicos sino también relativos al modelo de estado que se intenta defender.

La política y el control bancario son fundamentales en una economía moderna, así como el coeficiente de caja, el control de las operaciones y la política de créditos e inversiones exteriores. El coeficiente de caja es el porcentaje de reservas sobre depósitos: la masa de dinero circulante y por tanto la facilidad de conseguir crédito dependen de él. Sin embargo, un coeficiente muy reducido puede significar un aumento de la morosidad, de la calificación crediticia del banco e incidir, a más largo plazo, en la cotización bursátil de éste. Nuevamente, en el medio está la virtud para unas condiciones normales.

La bolsa de valores desempeña en nuestros días una influencia decisiva en el impacto de las etapas de crecimiento de la economía y en el freno de las etapas recesivas, sobre todo por su vinculación creciente en todos los estratos de la sociedad. Las cotizaciones bursátiles debieran responder a criterios de evaluación objetiva, y crecer de manera constante, mayor que la de la renta fija. Una bolsa con cotizaciones ajustadas a la realidad, pero con amplias expectativas de crecimiento facilita la financiación empresarial, mientras que una bolsa muy sobrevalorada, como la del año pasado, promueve la entrada de valores en busca de una colocación millonaria sin tener la suficiente solvencia.

Se nos plantean dos problemas. El primero de ellos es como detectar una crisis económica en sus prolegómenos, y el segundo cuáles son las medidas más apropiadas, en circunstancias normales, para minimizar su impacto.

Cuando un movimiento de crisis está empezando, los indicadores económicos no suelen sufrir al principio. El PIB crece sano, el desempleo baja, las tasas de inversión industrial se conservan enérgicas y los indicadores de confianza y de gastos suntuarios crecen también por encima del PIB. Las preocupaciones de los gobiernos se centran en el control de la inflación, y se invierten, aprovechando la coyuntura, fuertes sumas en infraestructuras.

Una serie de indicadores empiezan a flaquear en un momento dado. Ello puede deberse a una simple caída sin mayor trascendencia o al principio de un movimiento más profundo. No se puede saber por anticipado, y sólo la visión de conjunto y la experiencia pueden anticiparnos el fenómeno. Pero lo cierto es que en un punto los stocks empiezan a aumentar. La mayoría de las crisis tienen su comienzo por la exageración de las perspectivas de crecimiento, que conllevan excesos de capacidad de producción. Estos excedentes se acaban almacenando, y cuando la magnitud de los stocks es lo bastante grande, las grandes empresas empiezan a plantearse reducciones de plantilla.

El resto de la población empieza a constatar que las cosas ya no van «tan bien» y entonces es cuando interviene el factor psicológico, que puede o no retrasar la crisis. Si el convencimiento general es que las cosas volverán a ir bien, entonces el consumo se mantiene firme un tiempo, mientras la masa de desempleados se diluye en el sistema. Eso es lo que se conocería como una crisis en V, que es el tipo más normal, habitual cada cierto número de años. Pero por el contrario, si las familias perciben que las cosas están mal, y existen razones adicionales de preocupación que van más allá de una sobrecapacidad del sistema, como por ejemplo que las bolsas hayan colapsado, que las tasas de ahorro sean negativas, o ambas cosas a la vez, entonces el consumo, aun sosteniéndose transitoriamente, debe bajar, empezando por los bienes suntuarios que requieren mayor implicación financiera: Apartamentos de lujo, coches, viajes, etc. y luego afectando a otros bienes de consumo de menor precio. De ahí la importancia de los indicadores secundarios en este segundo caso, lo que podríamos llamar inicio de una crisis en U.

En este momento, buena parte de los inversores, ya sean grandes agencias o particulares, se han dado cuenta del proceso en marcha y llenan sus carteras de los tradicionales «valores refugio»: Oro, Industria Farmacéutica y Bancos, ramos dónde el impacto de una crisis es siempre menor. Por otro lado, la bolsa de valores puede subir o bajar dependiendo de motivos políticos. Si las instituciones monetarias bajan los tipos, las bolsas se mantienen, sobre todo si las bajadas son sostenidas y se sabe mantener el mercado «a la espera» de nuevos descensos. Si no es así, las caídas bursátiles serán mayores.

Una vez en la crisis, las recetas para capearla de la mejor manera posible pasan invariablemente por varias medidas. En primer lugar, jamás confesar el alcance de una crisis, porque ello la acentuaría. A este respecto es interesante ver las crónicas sobre el Crac de 1929 y sus consecuencias. En 1930 se anunciaba el fin «de lo peor de la recesión» de forma inminente cada mes. El efecto psicológico es fundamental para reactivar el consumo y el ciclo económico.

En segundo lugar, la bolsa de valores es el refugio de millones de pequeños inversores. Deben bajarse los tipos para evitar que las salidas de capital bursátil en busca de seguridad (ya sea como bonos, oro o similar), la necesidad de liquidez por impago de créditos o simplemente la fuga de capitales al extranjero toquen seriamente la renta nacional disponible.

En tercer lugar, es en épocas malas cuando los gobiernos deben invertir en obras públicas, para absorber el paro y equilibrar la caída de inversión privada, ya que en años prósperos las cosas marchan solas.

En cuarto lugar, debe relajarse la política fiscal en estos momentos, aun a costa de aumentar la deuda, y rebajar los gastos superfluos de la Administración.

En quinto y último lugar, debe efectuarse una política arancelaria selectiva, favoreciendo en cada momento los intereses propios, ya sea a nivel europeo o a cualquier otro, y caso de que sea posible, proceder a una devaluación controlada de la moneda siempre y cuando la inflación generada por el aumento de los costes energéticos y las importaciones sea asumible.

EL PANORAMA MACROECONOMICO (VIII)

Hoy se reúne la Reserva Federal, para tomar la decisión de si recorta los tipos de interés o no. No ha habido novedades dignas de mención desde mi último artículo.

Las tasas industriales de EEUU siguen dando disgustos (séptima bajada mensual consecutiva), los indicadores industriales europeos no acompañan y el entorno internacional no parece tener la liquidez necesaria para absorber contracciones de la demanda interna en forma de exportaciones. Parece confirmado ya que, como apuntábamos hace semanas, el mantenimiento del PIB americano se debe al consumo de las familias a base de endeudamiento, al tiempo que la confianza se erosiona.

La Reserva Federal se encuentra hoy tras un dilema considerable. Una bajada de medio punto supondría un repunte bursátil, pero quizá algunos espíritus inquietos empezarían a pensar que las cosas no van tan bien como debieran y contrajeran la demanda interna. Una bajada cero sería interpretada como una absurda medida para controlar la inflación cuando ese problema es secundario, y la bolsa volvería a descalabrarse. Personalmente, creo que las probabilidades de rebajar 25 puntos básicos son iguales que las de una disminución 50 puntos, ya que las consecuencias negativas de ambas medidas son parecidas.

En Japón, las circunstancias parecen haber llevado al poder a un hombre enérgico y con ideas. Dependerá de los apoyos que tenga en el rígido Ministerio de Economía y en la banca el conseguir sacar a su país de la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Se encuentra ante el difícil dilema de llevar a la quiebra a muchas instituciones financieras por impago o seguir lastrando la política monetaria del país. El futuro nos dirá qué opción ha tomado, aunque lo cierto es que ha despertado expectativas en el estado nipón, y eso siempre es importante en la economía, que depende en gran parte de la confianza.

El BCE ha rebajado en un cuarto de punto los tipos en Europa. Esta medida, en un entorno inflacionario, ha parecido poco afortunada y se ha ganado las críticas de muchos analistas. Nosotros, habitualmente críticos con Wim Duisemberg, no vemos mal esta medida. La conclusión que obtenemos de este comportamiento es que el BCE teme una desaceleración y prefiere curarse en salud, incluso asumiendo problemas adicionales con la inflación. Pensamos que el factor detonante ha sido la desastrosa tasa de crecimiento industrial de Alemania, que se hizo pública hace algún tiempo, así como la esperanza de que los precios energéticos se suavicen los próximos meses. En resumen, semana de tránsito.

EL PANORAMA MACROECONOMICO (IX)

He esperado algún tiempo antes de volver a escribir para esperar a tener más datos fiables que analizar, vista la confusión posterior a la publicación del PIB norteamericano del primer trimestre.

En este último mes, se han producido varios hechos reseñables que vamos a interpretar:

El más importante, a nuestro juicio, es psicológico. Ya se advirtió que las probabilidades de que nos estuviéramos metiendo en una recesión en U o incluso en L eran elevadas. Basábamos esta afirmación en el hecho de que las repercusiones sobre el sistema del efecto triple y combinado de un descalabro bursátil en Estados Unidos y el desinflamiento de la «Nueva Eonomía», la crisis japonesa y los elevados precios energéticos no se podían saldar con una mera contracción veraniega. En este mes, la rápida recuperación parece haber sido descartada por los analistas, y ya se publica en los periódicos todo un elenco de pesimistas expectativas.

Las caídas en los índices de confianza, de pedidos y la combinación de bajo crecimiento-elevada inflación hacen pensar en un panorama poco halagüeño. La «locomotora» europea ha ralentizado sensiblemente su ritmo, como ya anunciamos que podía ocurrir, a pesar de los numerosos optimistas que confiaban en que la UE podía sostener un ciclo invertido al de su homólogo estadounidense.

Por su parte, Greenspan ha inyectado todo lo que ha podido en EEUU, pero las bajadas tocan a su fin por tres motivos: El diferencial con Europa ha crecido demasiado, la inflación se descontrola y la productividad no aumenta como ocurrió en años anteriores.

En este entorno, la bolsa no gana para sustos. Ayer hubo otro descalabro, que según los telediarios se debió a que los inversores. Al parecer éstos, súbitamente, se dieron cuenta de lo arriesgadas que son las inversiones iberoamericanas de Telefónica y la castigaron. La verdad es que cualquier detonante basta para desatar el pánico. La economía argentina, con el original sistema de doble cambio para favorecer las exportaciones y abaratar las importaciones de productos energéticos, tiene todo el aspecto de una devaluación encubierta.

La situación actual de Argentina es un producto de la política económica aplicada por el anterior gobierno, que insistió en vincular el peso argentino al dólar creando unas tensiones internas insostenibles, sin obtener beneficios tangibles para la nación. Las medidas de vinculación de la moneda han resultado ser un desastre sin paliativos. A ello hay que añadir que las recomendaciones del FMI, a propósito de disminuir el gasto público, suelen degenerar en primer lugar en una disminución de la inversión pública, de consecuencias imprevisibles. En Brasil, las recomendaciones a Henrique Cardoso de no invertir en infraestructura eléctrica, hechas por expertos del FMI que no entendían una palabra sobre este tema han tenido el efecto de ahuyentar inversión extranjera, al no garantizarse el suministro eléctrico.

Las medidas a tomar en países en vías de desarrollo no se pueden meter en libros que se basan en funcionamientos perfectos y transparentes del sistema o artilugios similares. Cada caso es distinto, y debe ser estudiado desde una óptica de sentido común y objetividad, teniendo en cuenta las infraestructuras locales, la composición del aparato productivo y la naturaleza de las exportaciones. Argentina, un amplio país poco poblado y sin demasiados recursos naturales en relación a su tamaño, no puede recibir las mismas recomendaciones para desarrollarse que Méjico, país superpoblado pero socialmente fragmentado y riquísimo en petróleo y otros recursos.

En resumidas cuentas, Argentina está metida de cabeza en una crisis considerable, y el periodo de vacas flacas de EEUU puede darle la puntilla, al ser su economía altamente dependiente de la norteamericana.

La situación japonesa sigue en el mismo estado que hace unos meses: Sumida en una crisis estructural sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.

Por su parte, para terminar de describir el panorama, EEUU sigue mostrando signos crecientes de debilitamiento. Los profit warnings se suceden y la revisión a la baja del PIB ha dejado a las instituciones monetarias norteamericanas en una posición difícil, independientemente de la pérdida de credibilidad producida.

Estamos en estos momentos en la fase intermedia de caída, que podría durar varios meses antes de estabilizarse. Por ahora, como diría X-Trader «a la espera de encontrar suelo, confirmada la tendencia».

Me ha llegado algún correo electrónico preguntándome sobre la posible evolución de la bolsa a corto plazo. Sin querer meterme en los dominios de X-Trader, cuyo nivel en estos remolinos es mucho mayor que el mío, daré mi opinión.

Ayer salía en el diario EL PAIS un análisis sobre el desencanto de los valores de la Nueva Economía. Si no recuerdo mal, salía un gráfico explicativo de cómo a la fase de desinflamiento, a cuyo final nos acercábamos, sucedía otra de lenta recuperación y maduración del mercado.

Personalmente, creo que las licencias y tecnologías UMTS tienen muchas probabilidades de meter en dificultades financieras a sus promotores, y que internet está muy lejos de poder ofrecer un mundo de servicios con el peso que se le estaba dando, por el simple motivo de que se necesita un ordenador para acceder a la red, y la mayoría de la gente no dispone de él. El glamour de un nuevo producto nunca debe cegar el sentido de la medida, como ha ocurrido aquí.

Los medios mejor informados ya son conscientes de la precaria situación, pero el grueso de los pequeños inversores todavía no. Han asistido con perplejidad a las caídas bursátiles y muchos de ellos se encuentran entrampados, pero todavía no venden. Si la recesión consigue afectar a las pequeñas economías de esta pléyade de inversores, los procesos de caída podrían continuar. Estadísticamente, los mínimos bursátiles suelen darse unos seis meses antes de los mínimos de un ciclo. Con la irrupción de las nuevas tecnologías, pienso que este periodo podría disminuir a los 3 meses.

La economía española está en estos momentos en una situación delicada, en la que la inversión cae mientras la inflación sube. La economía sumergida, más activa que nunca ante la inminencia del euro, se está colocando en los mercados de bienes inmobiliarios y de lujo o huyendo al extranjero, y este flujo de alguna manera da apariencia de prosperidad. El año que viene, después de que la moneda única sea una realidad, la marea puede repetirse, pero a la inversa, y si por entonces las cosas no han mejorado, España podría observar con asombro la primera caída en los precios inmobiliarios desde hace mucho tiempo.

Visto lo anterior, y por lógica, no creo que hayamos tocado mínimos en la bolsa todavía, aunque insisto en que esta opinión debe ser muy matizada, ya que es un terreno movedizo hasta para los expertos.

EL PANORAMA MACROECONOMICO (X)

Siguiendo mi costumbre, he esperado algún tiempo a que se produzcan noticias significativas para poder emitir opiniones con algún fundamento.

Empecemos la aproximación siguiendo el sistema habitual de lógica y sentido común.

Los mercados en España han sufrido en las últimas semanas un serio batacazo, propiciado por dos motivos fundamentales: Uno de ellos es la crisis argentina, que amenaza arrastrar a las multinacionales españolas presentes en la zona a una espiral de devaluación encubierta, y además el nutrido grupo de inversores neutrales, o bien optimistas, que se han dado cuenta de que las previsiones de que la crisis actual pasaría en unos meses y acabaría en otoño pecaba de optimista.

Objetivamente hablando, el descalabro bursátil que ha habido en el índice tecnológico de Nueva York es un crash en toda regla, aunque parezca que nadie esté alarmado. Muchas familias americanas han visto drásticamente recortada su renta al estar sus ahorros ligados a la evolución de las tecnológicas.

Los mercados, a estas alturas, todavía no son conscientes de que venga una etapa recesiva, pero sin embargo han sobreactuado en la crisis argentina, ya que su impacto en los balances de las compañías españolas no es el que está marcando la bolsa, sino mucho menor.

Estados Unidos ha lanzado un paquete de medidas anti-crisis que podemos calificar como de choque, pero cuyo efecto, muy probablemente, tendrá sólo carácter dilatorio. Una de ellas es la bajada de los tipos de interés, y la otra la considerable reducción de impuestos que ha llevado a cabo el presidente George W. Bush.

Hemos dicho y repetiremos que, en este arte, no hay que hacer caso de las declaraciones, sino tan sólo de las maneras de actuar. Hace unos días, el economista jefe de JP Morgan hablaba de crecimientos considerables en EEUU a finales de año. En estos momentos, es improbable que existan razones, salvo las de intentar contener la caída de los mercados, que justifiquen estas afirmaciones. Las medidas tomadas en Norteamérica hacen pensar en que se está intentando corregir un grave problema en su fase inicial.

Las bajadas de tipos no están teniendo el efecto esperado, y ahora se confía en que una generosa fiscalidad sostenga el consumo, único motor sano que le queda al país. Sin embargo, este consumo está basado en un endeudamiento creciente y, por lo tanto, no es sostenible.

Estados Unidos se encuentra con que las medidas reductoras de tipos no están propiciando sobre la economía los efectos esperados, al tiempo que la inflación corre peligro de reavivarse, la productividad baja, los profit warnings permanecen y los inversores se agarran a resultados puntuales que puedan interpretarse como una luz al fondo del túnel. Al mismo tiempo, las autoridades monetarias intentan forzar en Europa una bajada de tipos para aliviar su propia situación. Antes que proponer un duro ajuste, y tomar las medidas para que el consumo se base en disponibilidades reales y no en endeudamiento, se está intentando proponer que la CE baje los tipos para facilitar las exportaciones americanas y salir del paso.

La Comunidad Europea, en cambio, se toma las cosas con más calma. La elevada inflación del entorno hace difíciles las bajadas de tipos, al tiempo que muchos capitales están emigrando a los mercados americanos (refugio en malos tiempos), favoreciendo con ello bajos tipos de cambio. Por lo demás, la salud de la economía continental está resintiéndose desde hace tiempo, sobre todo en Alemania, país clave de la estabilidad monetaria de la comunidad, de los altos precios del petróleo. Sin embargo, el BCE estima que es pronto aún para hacer bajadas de tipos, y se reserva para el futuro quemar estos cartuchos. Es una decisión que puede ser adecuada o no para Europa, pero que desde luego no beneficia a Estados Unidos.

Japón sigue sin dar muestras de recuperación, lo que viene a sumarse a peligrosas realimentaciones y alarmantes indicios sociológicos. El pago de parte de los salarios nipones en acciones y la sensación de ir a la deriva deben sumarse a los vanos intentos del gobierno de sanear el sistema financiero y reactivar el consumo vía endeudamiento público. Esta política, tarde o temprano, deberá cambiar. Mientras tanto, el índice Nikkei se encuentra sumido en altibajos laterales.

La crisis argentina era la crónica de una muerte anunciada, tras años de una política económica que erosionó las clases medias, ahogó el país imponiendo la paridad con el dólar y no saneó lo que tenía que sanear. Muy posiblemente, Brasil nos puede dar alguna desagradable sorpresa en los próximos meses, ya que su precario equilibrio actual tiene también algunos puntos preocupantes, aunque el statu quo actual puede continuar, al menos mientras la atención esté centrada en Argentina. Más segura nos parece la posición mexicana, a no ser que en Estados Unidos las cosas vayan tan mal que el consumo de productos manufacturados de bajo valor añadido y las importaciones de materias primas mexicanas bajen.


Ignacio R.C.

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