… Canta usted esa prodigiosa y proteica expresión, esa magnitud cuya ubicuidad y proliferación hacen pensar en algún importante «invariable» de nuestro sistema sensorial, y la celebra con una ciencia y un entusiasmo deliciosos…
…Pero lo propio del técnico es instituir y mantener durante su operación, un temperamento, o cambios tan íntimos como sea posible entre lo que desea y busca y lo que le ofrece o le niega el conocimiento que tiene de su materia y del estado final y real de su obra. De estas observaciones resulta que se puede imaginar fácilmente una especie de conflicto entre las particularidades de la producción de las obras de arte, en que cada una es
una solución singular de un problema que jamás se reproducirá exactamente, y la generalidad del precepto estético que representa y precisa el número PHI*, el cual no debe utilizarse ciega y brutalmente, sino considerarlo como un instrumento que no puede prescindir de la habilidad del técnico o el artista. ¡Al contrario! Debe excitar al técnico a desarrollar estas cualidades, y aquí es donde intervienen las propiedades, tan notables, de vuestro «Número de Oro».
De la carta de Paul Valéry a M.Ghyka en torno al Número de Oro.
Resulta fácilmente comprensible la fascinación de Valery ante la grandiosidad y profundidad condensadas en la divina proporción. Presente en casi todas las manifestaciones biológicas y humanas, ante ella han rendido culto los más grandes. Probablemente esconde en sus entrañas los secretos más resguardados por los arquitectos egipcios, griegos y góticos, la composición de los volúmenes arquitectónicos, las correcciones ópticas, el ritmo poético, las relaciones entre ritmos, los ritos y la magia…
Y, como no, los latidos de los mercados bursátiles.
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